En el Centro Democrático ya no hay democracia, y mucho menos centro. Lo que hay es un solo hombre que mueve los hilos y reparte avales como si fueran favores personales: Álvaro Uribe Vélez. El expresidente, convertido en titiritero de su propia creación política, sigue manejando los precandidatos como fichas de ajedrez, y el plazo del 8 de diciembre es la jugada maestra para definir quién se queda en pie.

Precandidatos como piezas desechables

El partido anuncia encuestas internas para medir a sus precandidatos, pero en realidad todos saben que la fecha es un mecanismo de relojería para darle ventaja a Miguel Uribe Londoño, el delfín que necesita tiempo mediático para superar a Cabal o Valencia. No se trata de medir quién conecta más con la gente, sino de fabricar un candidato en vitrina para complacer al “jefe natural”.

Y por si fuera poco, corre la versión de que Uribe también está tanteando a Juan Carlos Pinzón (o incluso a Germán Vargas Lleras en alianzas externas), como la figura con la que, llegado el momento, los demás deberán alinearse. El rumor no es menor: José Obdulio Gaviria, histórico operador uribista, estaría moviendo hilos en la campaña de Pinzón, mostrando que las decisiones no se cocinan en las bases del partido, sino en el pequeño círculo que obedece al expresidente.

El recuerdo de Zuluaga

No hay que ir muy lejos para entender el libreto. En 2022, Uribe obligó a Óscar Iván Zuluaga a bajarse de su aspiración presidencial para entregarle el camino a Fico Gutiérrez, un candidato externo al partido pero funcional al uribismo. La jugada fue descarada y dejó en evidencia lo mismo que pasa hoy: nadie tiene vuelo propio dentro del Centro Democrático.

Un partido sin liderazgos

Lo que queda claro es que el Centro Democrático dejó de ser un semillero de liderazgos para convertirse en una finca política con un solo patrón. Cabal, Paloma, Miguel Uribe Londoño, Pinzón… todos dependen de lo que decida Uribe. Ninguno se atreve a confrontarlo, ninguno puede hacerle sombra, ninguno tiene la autonomía de aspirar a un cargo en el ejecutivo si no recibe la bendición del jefe.

Riesgo de obediencia ciega

El riesgo es evidente: el Centro Democrático se está convirtiendo en un partido de obediencia ciega, sin renovación real, donde la regla no escrita es que si Uribe encuentra un “mejor gallo”, el que esté en carrera tiene que bajarse. Así, nadie que sueñe con liderar un proyecto propio se atreverá a pedir el aval, porque sabe que en cualquier momento el dedo del “rey Uribe” lo puede borrar del mapa.

El uribismo ya no es fuerza política sino culto a la obediencia. Un partido sin líderes, sin aire fresco y sin autonomía está condenado a ser simple comparsa de las decisiones de un expresidente que no quiere ceder el control. El 8 de diciembre no marcará el inicio de un proyecto político sólido, sino el recordatorio de que en el Centro Democrático no se compite: se obedece.

Ana Isabel Arismendi

Periodista de Medellín Herald, especializada en política regional, temas sociales y cultura ciudadana. Estilo investigativo y analítico, con la capacidad de traducir la complejidad de los hechos en historias claras y cercanas a los lectores. Fortalecemos la opinión pública, promovemos el debate informado y mantenemos un periodismo independiente al servicio de la comunidad antioqueña.