El entierro de alias Chom, conocido como el “fletero de los fleteros”, terminó convirtiéndose en un retrato triste y a la vez revelador de lo que pasa en ciertas esquinas de Medellín. Lo que debía ser un sepelio, terminó siendo una exhibición pública de delincuentes confiados, relajados y creyéndose intocables… hasta que la Policía apareció.
En pleno funeral, varios asistentes con antecedentes, órdenes de captura y prontuarios kilométricos— desfilaron como si nada.
Sí: dieron papaya. Y la autoridad no la dejó pasar.
El operativo permitió identificar y capturar a varios sujetos vinculados a hurtos, extorsión y actividades ligadas a estructuras criminales. Otros fueron reseñados, verificados y puestos bajo seguimiento.
El secretario de Seguridad, Manuel Villa Mejía, fue claro:
“No vamos a permitir que los criminales sigan creyendo que pueden dominar territorios, ni siquiera en un sepelio. Medellín está recuperando la autoridad.”
La escena deja dos mensajes contundentes:
- Los pillos aún creen que la ciudad les pertenece.
- El Estado no puede bajar la guardia ni un segundo.
El sepelio de Chom terminó siendo un espejo de la realidad: mientras unos lloran al criminal, otros celebran que cayó un símbolo del fleteo. Y entre tanto, la Policía hace lo que tiene que hacer: entrar, identificar y capturar.
Medellín no puede volver a ser tierra de nadie.
Ni en las calles.
Ni en los sepelios.

